El “nuevo siglo” como parte - aguas conceptual,
nos exhorta a detenernos y ponderar sobre nuestro
quehacer. La visión de futuro que evoca, nos
inclina a pensar en términos de cambios.
Para
quienes trabajamos con la infancia callejera, la idea
de un nuevo siglo cobra particular relevancia dadas
las carencias casi medievales que enfrenta la población
que nos concierne. La pregunta obligada es: en esta
época con su tecnología, nociones progresistas
sobre la humanidad, liberalismo y con su democracia,
¿qué avances hemos logrado a favor de
la infancia más desfavorecida? Y ¿qué
debemos cambiar?
“La
infancia callejera del siglo pasado”
La
población infantil callejera hace 15 años
Si
comparamos a la población actual de niños
y jóvenes que viven en la calle con aquella
que conocimos hace 15 años, se hacen evidentes
algunas diferencias. Hace una década, un grupo
de callejeros abarcaba desde niños pequeños,
8 a 10 años, recién salidos de su casa
hasta jóvenes adolescentes, 16 a 18 años,
que contaban años de vida en la calle. Frecuentemente
dentro del grupo había representación
de todas las edades y niveles de arraigo callejero.
Debido
en parte a esta pluralidad dentro del grupo, el mismo
mantenía un cierto grado de equilibrio. Es
decir, existía una mediación natural
entre las características de altos y bajos
niveles de arraigo callejero. En este sentido factores
como niveles de adicción extremos, violencia
excesiva o deterioro físico disfuncional se
veían mermados por las necesidades y deseos
de los miembros más pequeños del grupo.
Por ejemplo, era común que los miembros más
recientes mantuvieran bajos niveles de adicción
durante un periodo largo de inducción al grupo
o mientras eran muy pequeños de edad. Y eran
los propios miembros mas antiguos y arraigados a la
vida callejera quienes limitaban a los chicos en el
uso de drogas y los protegían de excesiva violencia
por parte de algún miembro del grupo o la comunidad.
La llegada de nuevos miembros al grupo era constante.
Este
equilibrio en los niveles de arraigo callejero, hacía
del grupo un sistema poco funcional para quienes salían
del parámetro. Tanto un niño demasiado
pequeño como un adolescente que rebasaba los
19 años, no encontraba la satisfacción
de sus necesidades en el grupo y era absorbido por
otros espacios de manera natural. Los muy chicos eran
acogidos frecuentemente por algún miembro de
la comunidad y los mayores se integraban al comercio
informal sin romper su relación con el grupo
de calle, ni superar serios y crecientes problemas
de adicción y violencia. Otros tantos, para
quienes el deterioro de la vida en la calle les impedía
una, aunque fuera marginal, integración a la
comunidad ingresaban a grupos pequeños de jóvenes
– adultos callejeros que se mantenían
al margen de otros grupos y se movían en zonas
delimitadas de la ciudad (Tacuba, Garibaldi, entre
otras).
Otra
característica de estos grupos de diversos
niveles de callejerismo, era el poco o nulo contacto
institucional. Fuera de casas hogar y centros masivos
de puertas cerradas, la infancia callejera tenía
pocas alternativas de atención. El trabajo
de calle y la ahora conocida figura del educador de
calle eran exclusivos de un puñado de organizaciones,
muchas que continúan su labor actualmente,
inspiradas por experiencias como las de Paulo Freire.
Dentro
de este contexto, muchos niños callejeros nunca
habían establecido una relación con
un adulto que no estuviera definida por el maltrato
o en el mejor de los casos la indiferencia. El impacto
de un adulto, el educador, que escuchara y respetara
al chico en combinación con niveles moderados
de arraigo callejero, hacía que el uso exclusivo
de técnicas provenientes de la educación
popular fueran una herramienta efectiva para que muchos
chicos dejaran la vida en la calle.
Este
punto cobra particular relevancia ya que sobre él
se finca la posterior mitificación del impacto
que genera la mera presencia del educador en el proceso
del chavo. La atención centrada en torno a
la educación popular como respuesta a las deficiencias
de un sistema educativo e institucional que no ha
podido satisfacer las necesidades de los niños
y jóvenes, genera una sentida falta de inversión
en el desarrollo o adaptación de otras metodologías
educativas.
"Víctimas
de la popularidad"
Saturación
de oferta institucional a través de los años
90
A
partir de la ratificación de la Convención
Internacional de los Derechos de la Infancia y la
firma del Tratado de Libre Comercio, entre otros,
la presencia de niños callejeros en las calles
se torna como una contradicción aberrante a
los niveles de desarrollo en México patentes
ante la comunidad internacional. La presión,
y consecuentes recursos, destinados por fuentes públicas
y privadas, nacionales e internacionales al tema de
la infancia callejera, resultan en un vertiginoso
incremento en ofertas de asistencia.
Desgraciadamente
este incremento se ve marcado por el asistencialismo,
voluntarismo e interés político. El
resultado es la presencia de innumerables educadores
y/o instituciones que ofrecen servicios a los chicos
sin contar con una propuesta educativa para que dejen
la calle.
El
costo del acceso a comida, dormitorio, juegos, acompañamiento,
etc era ser callejero. La población de callejeros
comienza su itinerancia a través de las instituciones
utilizando los servicios que cada una ofrece sin perder
su capital más valioso: el ser callejero. El
resultado de estas acciones, en extremo asistencialistas,
es que los educadores pasan a ser una herramienta
más de sobrevivencia callejera.
Al
concentrar la propuesta de intervención en
las acciones del “educador de calle” y
al este carecer frecuentemente de un claro mandato
metodológico, muchas instituciones consolidaron
equipos operativos numerosos y con perfiles homogéneos
o poco definidos en términos de especialización
técnica. El equipo de educadores debía
desempeñar tareas tan diversas como la recreación,
deporte, escolarización informal y orientación
psicológica entre otros, sin contar con la
diversidad formativa necesaria.
"¿Quiénes
están en la calle?"
La
configuración actual de la población
juvenil callejera.
La
década de los noventa arrojo aprendizajes importantes.
La creciente demanda por la profesionalización
del gremio llevó a la disolución de
algunos de los programas menos estructurados. Si bien
las prácticas asistencialistas aún predominan,
esta década vio la consolidación de
instituciones profesionales quienes se han avocado
a desarrollar nuevas propuestas metodológicas
rescatando la experiencia, sus logros y limitantes.
Uno
de estos logros fue el desarrollo de capacidad institucional
de captar y canalizar a los chicos recién llegados
a las zonas de calle. Estrategias conocidas como “Educación
de Calle”, “Operación Amistad”
o “Acercamiento y Confianza” demostraron
ser efectivas funcionando como red de pesca que desde
una acción colectiva atraía a los individuos
con menor grado de arraigo callejero. Sin embargo,
al aplicarse indiscriminadamente a todo el grupo,
la misma acción que era positiva para un chico
con poco tiempo en la calle, fortalecía el
arraigo callejero de otros.
Este
aprendizaje lamentablemente ha sido a costa de una
generación, de ahora jóvenes, que aún
permanecen en las calles. Gran parte de la población
actual de callejeros esta compuesta por jóvenes
que llevan años viviendo en la calle. La gran
mayoría han estado en diversas instituciones
y han tenido contacto con varios educadores. Gran
parte de sus vidas han sobrevivido gracias a ser callejeros
y poder explotar esta situación como capital.
Paralelamente
la capacidad institucional de captar a los miembros
más recientes en la calle, ha cambiado la configuración
de los grupos. Actualmente los grupos de callejeros
se conforman casi por completo de jóvenes -
adultos. La homologación de las necesidades
e intereses del grupo ha acelerado su deterioro colectivo.
Los niveles de adicción son mayores y más
parejos entre los miembros del grupo, existen mayores
niveles de violencia y un severo impacto físico.
Los grupos han cambiado no sólo su configuración
interna, sino que en consecuencia se ha modificado
el papel que juegan dentro de un sistema económico
y social a nivel comunitario. Así los niveles
de rechazo y conflicto con la comunidad o red social
que los rodea son cada día más complejos.
En la medida en que sus opciones laborales y de apoyo
en la comunidad se ciñen, su relación
con redes delictivas se estrecha.
"Cosechando
algunos aprendizajes"
Sin
duda el camino recorrido deja aprendizajes importantes
para las organizaciones especializadas en la atención
a la infancia callejera. Al analizar la situación
actual nos enfrentamos dos tipos de población
callejera. Por un lado vemos grupos de fuerte arraigo
callejero con quienes ninguna estrategia de trabajo
ha demostrado ser capaz de lograr un impacto significativo.
Por
otro lado, la captación y canalización
de niños recién llegados a la calle,
no ha mermado el influjo constante de niños
en busca de alternativas de desarrollo fuera de sus
hogares y comunidades de origen. De ser esta la única
respuesta a las necesidades de los niños y
jóvenes, se vislumbran dos futuros posibles:
1. La repoblación de los grupos de callejeros
debido a la incapacidad de abastecer la demanda de
institucionalización o 2. El crecimiento desmedido
de los albergues, haciendo de la institucionalización
una forma de vida para un porcentaje cada día
mayor de niños y jóvenes. Esta
ultima situación no sólo es contraria
a toda noción deseable de desarrollo para la
infancia, sino que genera un gasto social subsidiario
y gravoso.
Es
necesario considerar la construcción de nuevas
estrategias de intervención que aborden el
tema de la infancia callejera más allá
de atender las necesidades de quienes viven en la
calle. Es preciso visualizar el problema como un asunto
de carencias en las alternativas de desarrollo económico
y social que las comunidades más empobrecidas
ofrecen a su infancia y juventud en general y no sólo
a aquellos que terminan por vivir en la calle.
En
efecto, el problema central se finca sobre la importancia
que ha cobrado la calle como espacio de desarrollo
dentro de nuestras sociedades urbanas. Hablamos entonces
no sólo de la población infantil, sino
del las estructuras de comercio y socialización
callejera en general.
"Desarrollo
por la Infancia"
Un
posible reto del nuevo siglo implica dirigir nuestros
esfuerzos hacia la promoción del desarrollo
social a favor de la infancia mas que la atención
asistencial. Desde una perspectiva como ésta
la prevención no queda diferenciada ni subyugada
a la atención: forman parte de la misma acción.
En
casi ningún tema social han sido tan descuidados
los esfuerzos de prevención como en el tema
de la infancia callejera. Se ha abordado el tema como
si fuera un fenómeno de generación espontánea
sin antecedentes trazables que ofrecen posibilidades
de intervención temprana.
Acciones
de desarrollo por la infancia implican, entre otros
aspectos:
-
Mayor
investigación a profundidad de los procesos
familiares, individuales y comunitarios que llevan
al niño a la vida en la calle
-
Concebir
al niño, en riesgo y callejero, como parte
funcional de un sistema comunitario y explorar
las formas de modificar el papel que juega dentro
de dicho sistema para el mejoramiento de sus condiciones
de vida. Este punto cobra particular relevancia
al referirnos a la población de jóvenes
con altos niveles de arraigo a la calle, para
quienes una alternativa institucional es menos
probable
-
Asumir
como imperativo la necesidad de construir alternativas
de desarrollo económico para los jóvenes
que sean competitivas en términos de remuneración
y estimulación a aquellas que encuentran
en las calles
-
Desarrollar
estrategias para la construcción de alternativas
sociales y de identidad que sean sostenibles a
largo plazo (a diferencia de una opción
institucionalizada) y atractivas para los niños
y jóvenes
Para
las organizaciones, estos retos también exigen
cambios en nuestras formas de operar. Aunque desde
hace mucho tiempo que la pugna por mayores niveles
de profesionalización dentro de las organizaciones
que atienden a la infancia forma parte del discurso
público y privado, es ahora inacéptale
que programas continúen funcionando sin tener
claridad sobre un proyecto educativo a corto, mediano
y largo plazo.
Parte
importante de esta profesionalización implica
la actualización metodológica de las
instituciones. Desde principios de la década
de los ochenta, con miras a contraponernos a las verdades
absolutas impuestos por las escuelas tradicionales,
abrazamos como única opción la educación
popular. Y aunque estas experiencias han arrojado
aprendizajes invaluables, es necesario complementarlos
con metodologías probadas y funcionales en
temas que van más allá de las necesidades
estereotípicas de las comunidades populares.
Es
preciso avanzar en la investigación y desarrollo
de metodologías que nos den luz sobre cómo
promover el desarrollo del niño y el joven
en términos congnoscitivos, psicolingüísticos
y de socialización.
Comúnmente
un argumento a favor de la educación popular
como única herramienta pedagógica es
la falta de recursos. Sin embargo, al criticar la
ineficiencia burocrática hemos construido cuerpos
institucionales pesados y poco flexibles. Las estructuras
organizativas de gran parte de las instituciones que
laboran con la infancia callejera, que se conforman
casi por completo de personal de base, las hacen extremadamente
vulnerables ante las cambiantes coyunturas de financiamiento.
Las
estrechas relaciones con la empresa privada, suscritas
a la solicitud de apoyos y donativos, limitan las
capacidades tecnológicas y teóricas
de la atención que se ofrece a la infancia.
El concepto de la subcontratación es casi desconocido
dentro de las organizaciones civiles y podría
ser una estrategia de acceso a conocimientos especializados.
Esquemas de subcontratación obligan la diversificación
de las relaciones interinstitucionales y alianzas
que tradicionalmente han estado limitadas a las relaciones
entre símiles: entre miembros de la sociedad
civil organizada.
Los
cambios necesarios para ofrecer mejores alternativas
para los niños y jóvenes no implican
una ruptura con las técnicas y principios filosóficos
– éticos que han formado parte del quehacer
de las organizaciones civiles. Se trata más
bien, de complementar y capitalizar los aprendizajes...
del siglo pasado. |