Grandes retos para la atención a la infancia callejera

Por Margarita Griesbach Guizar


El “nuevo siglo” como parte - aguas conceptual, nos exhorta a detenernos y ponderar sobre nuestro quehacer. La visión de futuro que evoca, nos inclina a pensar en términos de cambios.

Para quienes trabajamos con la infancia callejera, la idea de un nuevo siglo cobra particular relevancia dadas las carencias casi medievales que enfrenta la población que nos concierne. La pregunta obligada es: en esta época con su tecnología, nociones progresistas sobre la humanidad, liberalismo y con su democracia, ¿qué avances hemos logrado a favor de la infancia más desfavorecida? Y ¿qué debemos cambiar?

“La infancia callejera del siglo pasado”

La población infantil callejera hace 15 años

Si comparamos a la población actual de niños y jóvenes que viven en la calle con aquella que conocimos hace 15 años, se hacen evidentes algunas diferencias. Hace una década, un grupo de callejeros abarcaba desde niños pequeños, 8 a 10 años, recién salidos de su casa hasta jóvenes adolescentes, 16 a 18 años, que contaban años de vida en la calle. Frecuentemente dentro del grupo había representación de todas las edades y niveles de arraigo callejero.

Debido en parte a esta pluralidad dentro del grupo, el mismo mantenía un cierto grado de equilibrio. Es decir, existía una mediación natural entre las características de altos y bajos niveles de arraigo callejero. En este sentido factores como niveles de adicción extremos, violencia excesiva o deterioro físico disfuncional se veían mermados por las necesidades y deseos de los miembros más pequeños del grupo. Por ejemplo, era común que los miembros más recientes mantuvieran bajos niveles de adicción durante un periodo largo de inducción al grupo o mientras eran muy pequeños de edad. Y eran los propios miembros mas antiguos y arraigados a la vida callejera quienes limitaban a los chicos en el uso de drogas y los protegían de excesiva violencia por parte de algún miembro del grupo o la comunidad. La llegada de nuevos miembros al grupo era constante.

Este equilibrio en los niveles de arraigo callejero, hacía del grupo un sistema poco funcional para quienes salían del parámetro. Tanto un niño demasiado pequeño como un adolescente que rebasaba los 19 años, no encontraba la satisfacción de sus necesidades en el grupo y era absorbido por otros espacios de manera natural. Los muy chicos eran acogidos frecuentemente por algún miembro de la comunidad y los mayores se integraban al comercio informal sin romper su relación con el grupo de calle, ni superar serios y crecientes problemas de adicción y violencia. Otros tantos, para quienes el deterioro de la vida en la calle les impedía una, aunque fuera marginal, integración a la comunidad ingresaban a grupos pequeños de jóvenes – adultos callejeros que se mantenían al margen de otros grupos y se movían en zonas delimitadas de la ciudad (Tacuba, Garibaldi, entre otras).

Otra característica de estos grupos de diversos niveles de callejerismo, era el poco o nulo contacto institucional. Fuera de casas hogar y centros masivos de puertas cerradas, la infancia callejera tenía pocas alternativas de atención. El trabajo de calle y la ahora conocida figura del educador de calle eran exclusivos de un puñado de organizaciones, muchas que continúan su labor actualmente, inspiradas por experiencias como las de Paulo Freire.

Dentro de este contexto, muchos niños callejeros nunca habían establecido una relación con un adulto que no estuviera definida por el maltrato o en el mejor de los casos la indiferencia. El impacto de un adulto, el educador, que escuchara y respetara al chico en combinación con niveles moderados de arraigo callejero, hacía que el uso exclusivo de técnicas provenientes de la educación popular fueran una herramienta efectiva para que muchos chicos dejaran la vida en la calle.

Este punto cobra particular relevancia ya que sobre él se finca la posterior mitificación del impacto que genera la mera presencia del educador en el proceso del chavo. La atención centrada en torno a la educación popular como respuesta a las deficiencias de un sistema educativo e institucional que no ha podido satisfacer las necesidades de los niños y jóvenes, genera una sentida falta de inversión en el desarrollo o adaptación de otras metodologías educativas.

"Víctimas de la popularidad"

Saturación de oferta institucional a través de los años 90

A partir de la ratificación de la Convención Internacional de los Derechos de la Infancia y la firma del Tratado de Libre Comercio, entre otros, la presencia de niños callejeros en las calles se torna como una contradicción aberrante a los niveles de desarrollo en México patentes ante la comunidad internacional. La presión, y consecuentes recursos, destinados por fuentes públicas y privadas, nacionales e internacionales al tema de la infancia callejera, resultan en un vertiginoso incremento en ofertas de asistencia.

Desgraciadamente este incremento se ve marcado por el asistencialismo, voluntarismo e interés político. El resultado es la presencia de innumerables educadores y/o instituciones que ofrecen servicios a los chicos sin contar con una propuesta educativa para que dejen la calle.

El costo del acceso a comida, dormitorio, juegos, acompañamiento, etc era ser callejero. La población de callejeros comienza su itinerancia a través de las instituciones utilizando los servicios que cada una ofrece sin perder su capital más valioso: el ser callejero. El resultado de estas acciones, en extremo asistencialistas, es que los educadores pasan a ser una herramienta más de sobrevivencia callejera.

Al concentrar la propuesta de intervención en las acciones del “educador de calle” y al este carecer frecuentemente de un claro mandato metodológico, muchas instituciones consolidaron equipos operativos numerosos y con perfiles homogéneos o poco definidos en términos de especialización técnica. El equipo de educadores debía desempeñar tareas tan diversas como la recreación, deporte, escolarización informal y orientación psicológica entre otros, sin contar con la diversidad formativa necesaria. 

"¿Quiénes están en la calle?"

La configuración actual de la población juvenil callejera.

La década de los noventa arrojo aprendizajes importantes. La creciente demanda por la profesionalización del gremio llevó a la disolución de algunos de los programas menos estructurados. Si bien las prácticas asistencialistas aún predominan, esta década vio la consolidación de instituciones profesionales quienes se han avocado a desarrollar nuevas propuestas metodológicas rescatando la experiencia, sus logros y limitantes.

Uno de estos logros fue el desarrollo de capacidad institucional de captar y canalizar a los chicos recién llegados a las zonas de calle. Estrategias conocidas como “Educación de Calle”, “Operación Amistad” o “Acercamiento y Confianza” demostraron ser efectivas funcionando como red de pesca que desde una acción colectiva atraía a los individuos con menor grado de arraigo callejero. Sin embargo, al aplicarse indiscriminadamente a todo el grupo, la misma acción que era positiva para un chico con poco tiempo en la calle, fortalecía el arraigo callejero de otros.

Este aprendizaje lamentablemente ha sido a costa de una generación, de ahora jóvenes, que aún permanecen en las calles. Gran parte de la población actual de callejeros esta compuesta por jóvenes que llevan años viviendo en la calle. La gran mayoría han estado en diversas instituciones y han tenido contacto con varios educadores. Gran parte de sus vidas han sobrevivido gracias a ser callejeros y poder explotar esta situación como capital.

Paralelamente la capacidad institucional de captar a los miembros más recientes en la calle, ha cambiado la configuración de los grupos. Actualmente los grupos de callejeros se conforman casi por completo de jóvenes - adultos. La homologación de las necesidades e intereses del grupo ha acelerado su deterioro colectivo. Los niveles de adicción son mayores y más parejos entre los miembros del grupo, existen mayores niveles de violencia y un severo impacto físico. Los grupos han cambiado no sólo su configuración interna, sino que en consecuencia se ha modificado el papel que juegan dentro de un sistema económico y social a nivel comunitario. Así los niveles de rechazo y conflicto con la comunidad o red social que los rodea son cada día más complejos. En la medida en que sus opciones laborales y de apoyo en la comunidad se ciñen, su relación con redes delictivas se estrecha.

"Cosechando algunos aprendizajes"

Sin duda el camino recorrido deja aprendizajes importantes para las organizaciones especializadas en la atención a la infancia callejera. Al analizar la situación actual nos enfrentamos dos tipos de población callejera. Por un lado vemos grupos de fuerte arraigo callejero con quienes ninguna estrategia de trabajo ha demostrado ser capaz de lograr un impacto significativo.

Por otro lado, la captación y canalización de niños recién llegados a la calle, no ha mermado el influjo constante de niños en busca de alternativas de desarrollo fuera de sus hogares y comunidades de origen. De ser esta la única respuesta a las necesidades de los niños y jóvenes, se vislumbran dos futuros posibles: 1. La repoblación de los grupos de callejeros debido a la incapacidad de abastecer la demanda de institucionalización o 2. El crecimiento desmedido de los albergues, haciendo de la institucionalización una forma de vida para un porcentaje cada día mayor de niños y jóvenes. Esta ultima situación no sólo es contraria a toda noción deseable de desarrollo para la infancia, sino que genera un gasto social subsidiario y gravoso.

Es necesario considerar la construcción de nuevas estrategias de intervención que aborden el tema de la infancia callejera más allá de atender las necesidades de quienes viven en la calle. Es preciso visualizar el problema como un asunto de carencias en las alternativas de desarrollo económico y social que las comunidades más empobrecidas ofrecen a su infancia y juventud en general y no sólo a aquellos que terminan por vivir en la calle.

En efecto, el problema central se finca sobre la importancia que ha cobrado la calle como espacio de desarrollo dentro de nuestras sociedades urbanas. Hablamos entonces no sólo de la población infantil, sino del las estructuras de comercio y socialización callejera en general.

"Desarrollo por la Infancia"

Un posible reto del nuevo siglo implica dirigir nuestros esfuerzos hacia la promoción del desarrollo social a favor de la infancia mas que la atención asistencial. Desde una perspectiva como ésta la prevención no queda diferenciada ni subyugada a la atención: forman parte de la misma acción.

En casi ningún tema social han sido tan descuidados los esfuerzos de prevención como en el tema de la infancia callejera. Se ha abordado el tema como si fuera un fenómeno de generación espontánea sin antecedentes trazables que ofrecen posibilidades de intervención temprana.

Acciones de desarrollo por la infancia implican, entre otros aspectos:

  • Mayor investigación a profundidad de los procesos familiares, individuales y comunitarios que llevan al niño a la vida en la calle
  • Concebir al niño, en riesgo y callejero, como parte funcional de un sistema comunitario y explorar las formas de modificar el papel que juega dentro de dicho sistema para el mejoramiento de sus condiciones de vida. Este punto cobra particular relevancia al referirnos a la población de jóvenes con altos niveles de arraigo a la calle, para quienes una alternativa institucional es menos probable
  • Asumir como imperativo la necesidad de construir alternativas de desarrollo económico para los jóvenes que sean competitivas en términos de remuneración y estimulación a aquellas que encuentran en las calles
  • Desarrollar estrategias para la construcción de alternativas sociales y de identidad que sean sostenibles a largo plazo (a diferencia de una opción institucionalizada) y atractivas para los niños y jóvenes

Para las organizaciones, estos retos también exigen cambios en nuestras formas de operar. Aunque desde hace mucho tiempo que la pugna por mayores niveles de profesionalización dentro de las organizaciones que atienden a la infancia forma parte del discurso público y privado, es ahora inacéptale que programas continúen funcionando sin tener claridad sobre un proyecto educativo a corto, mediano y largo plazo.

Parte importante de esta profesionalización implica la actualización metodológica de las instituciones. Desde principios de la década de los ochenta, con miras a contraponernos a las verdades absolutas impuestos por las escuelas tradicionales, abrazamos como única opción la educación popular. Y aunque estas experiencias han arrojado aprendizajes invaluables, es necesario complementarlos con metodologías probadas y funcionales en temas que van más allá de las necesidades estereotípicas de las comunidades populares.

Es preciso avanzar en la investigación y desarrollo de metodologías que nos den luz sobre cómo promover el desarrollo del niño y el joven en términos congnoscitivos, psicolingüísticos y de socialización.

Comúnmente un argumento a favor de la educación popular como única herramienta pedagógica es la falta de recursos. Sin embargo, al criticar la ineficiencia burocrática hemos construido cuerpos institucionales pesados y poco flexibles. Las estructuras organizativas de gran parte de las instituciones que laboran con la infancia callejera, que se conforman casi por completo de personal de base, las hacen extremadamente vulnerables ante las cambiantes coyunturas de financiamiento.

Las estrechas relaciones con la empresa privada, suscritas a la solicitud de apoyos y donativos, limitan las capacidades tecnológicas y teóricas de la atención que se ofrece a la infancia. El concepto de la subcontratación es casi desconocido dentro de las organizaciones civiles y podría ser una estrategia de acceso a conocimientos especializados. Esquemas de subcontratación obligan la diversificación de las relaciones interinstitucionales y alianzas que tradicionalmente han estado limitadas a las relaciones entre símiles: entre miembros de la sociedad civil organizada.

Los cambios necesarios para ofrecer mejores alternativas para los niños y jóvenes no implican una ruptura con las técnicas y principios filosóficos – éticos que han formado parte del quehacer de las organizaciones civiles. Se trata más bien, de complementar y capitalizar los aprendizajes... del siglo pasado.

 

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