Para
determinados sectores de la sociedad la globalización
es vista como la oportunidad de ampliar su capacidad
y domino en terrenos tanto económicos, como
sociales, políticos y culturales; a través
de la construcción de alianzas locales, nacionales
e internacionales que los coloquen en mejores condiciones
competitivas.
De
esta forma, tales sectores se empeñan en construir
instancias, leyes, tecnología, centros de poder
e influencia, que les permitan incorporarse en
condiciones de fuerza dentro de los circuitos internacionales
comerciales, productivos y financieros del mundo.
Los
niños de la calle son, como otros grupos sociales,
parte de los excluidos de estos circuitos, pero además
su existencia como tal se agrava y reproduce como
parte de la lógica de la construcción
de estos sistemas internacionales.
Los
grandes promotores de la globalización económica
(y no tanto de la social o la política) defienden
la idea de que en la medida de que se fortalezcan
estos sistemas de circulación internacional,
los sectores más alejados de cada región
y de cada país irán siendo incluidos
dentro de los beneficios de este desarrollo.
Fenómenos
sociales como los niños de la calle muestran
parte de la contradicción de la anterior idea,
entre otras cosas porque mientras hace unas décadas
eran fenómenos prevalecientes en los países
del sur, encontramos que en los últimos años
aparecen tanto en países de Europa del Este,
así como en los más desarrollados. Dicho
en otras palabras no sólo se globalizan los
sistemas económicos, sino también los
problemas sociales que los caracterizan y dentro de
ellos el principal es la exclusión.
Parte
del problema de la globalización, al estilo
que ocurre actualmente, es que transita desde estructuras
basadas en el monopolio y la concentración
de las riquezas y de los poderes, de ahí que
no resulta extraño la creciente ampliación
en la brecha entre ricos y pobres. La legitimación
y consolidación de los monopolios en manos
de unos cuantos grupos es una de las notas características
de la globalización y es un aspecto que se
refleja no solo en lo económico, sino en lo
político y hasta lo cultural: son sólo
unos cuantos grupos los que dominan la escena.
En
países como México este aspecto se agudiza
dada la cultura política que ha prevalecido
en el país durante décadas y por las
aparentes transiciones en los grupos del poder, que
en ocasiones son más bien el reciclaje de los
mismos grupos, ya que cambian de apariencia o de denominación,
pero no dejan muchos espacios para que otros sujetos
participen en los ámbitos de decisión
de su competencia.
Las
consecuencias de esta concentración de poder
se notan hasta en las políticas públicas
dirigidas hacia lo social, como es el caso de los
niños de la calle. Predominan aquellas que
buscan dar visibilidad a determinados funcionarios
públicos en la obsesión de mantenerse
en el poder, por ello recurren a formas tanto represivas
(como el realizar operativos para recoger violentamente
a los niños de las calles) como asistenciales
(como crear “bodegas” de niños
en centros en donde se encuentran mal atendidos y
terminan siendo abusados por parte de custodios y
compañeros). Antes pensábamos que solo
los gobiernos priistas eran quienes recurrían
a este tipo de medidas; en los últimos años
hemos constatado que gobiernos de otras extracciones
también recurren a las mismas, sobre todo en
tiempos electorales cuando la población demanda
seguridad y los niños de la calle son vistos
como posibles grupos que ponen al ponen en riesgo.
Los
gobiernos, en el afán de obtener los beneficios
de estos sistemas internacionales, dejan de lado las
necesidades de amplios sectores de la población
y se limitan a la realización de acciones compensatorias
que no ayudan a superar la dinámica de la exclusión.
Así,
familias y comunidades enteras de donde se originan
niños de la calle, han perdido tanto la posibilidad
de conectarse a estos circuitos de poder internacional
como la capacidad de participar e influir en las decisiones
que les afectan de manera inmediata y cotidiana, se
trata de una perdida fundamental: la perdida del poder.
El
poder de educar, alimentar y promover las mejores
condiciones para los miembros de la familia o de la
comunidad, en especial de niñas y niños.
El poder de comunicarse, de expresar sus ideas, de
que estas sean escuchadas y se tomen en cuenta. El
poder de actuar de manera individual o colectiva para
hacer valer sus derechos.
Esta
dinámica no es casual: a quienes ejercen el
control de los sistemas financieros, productivos y
comerciales, a nivel global poco les ha interesado
el fortalecimiento de las capacidades de estos sectores
para participar dentro de los sistemas, como no sea
en tanto a su capacidad de consumo. Es lógico
que se pone en peligro la estructura básica
desde la que se montó el sistema: la injusta
distribución de la riqueza y del poder.
Por
otro lado, numerosas acciones que se realizan a favor
de poblaciones como los niños de la calle tienden
a colocarlos como beneficiarios, pero no como sujetos
capaces de actuar y los vuelven a colocar en desventaja
frente este sistema global.
Paralelamente
el discurso ante la opinión pública,
sobre todo desde los medios de comunicación
masiva (que son parte de los grupos de poder), ha
hecho que la prioridad dentro del desarrollo social
no se centre en aspectos fundamentales como el acceso
a empleos dignos, con salarios remunerados adecuadamente
o a servicios de salud, educación o vivienda
de calidad a los que puedan acceder las poblaciones
excluidas. Por el contrario han convertido a las víctimas
de este sistema en acusados.
Así,
es común en el discurso de los medios de comunicación,
que a los niños de la calle se les vea en su
calidad de delincuentes potenciales que de víctimas
de la pobreza y la marginación. Ello trae como
consecuencia que la opinión pública
demande su confinamiento o que se reduzca la edad
a la que pueden ser castigados penalmente; pero no
que se desarrollen políticas de atención
adecuadas que, dentro de sus estrategias, reactiven
la capacidad de familias y comunidades para criar
y atender a su niñez.
Sin
duda esta situación ofrece retos diversos para
actuar desde diversos planos, pero se considera que
dentro de éstos cobra especial relevancia la
acción de la ciudadanía en la defensa
y promoción de sus derechos que han sido supeditados
por la globalización económica.
En
el plano de lo social Ednica considera que es importante
que las acciones que desarrollan las organizaciones
ciudadanas ante problemáticas como la niñez
de la calle, no sólo atiendan a los aspectos
más visibles de ésta, sino que se orienten
también a la restitución de uno
de los elementos que han sido debilitados en familias
y comunidades: su poder de actuar para resolver sus
problemas, como es la posibilidad de promover el desarrollo
de su niñez.
Cuando
las acciones dirigidas a mejorar la calidad de vida
de la niñez se limitan a darles de comer, o
una lugar para vivir y no involucran a la familia,
a la comunidad y a los propios niños y niñas,
hacen el juego a los sistemas de exclusión
que han debilitado la capacidad de esta población
–aún sin proponérselo.
Pero,
para ello, lejos de colocarnos como meros críticos
de la forma en que ocurre el proceso de globalización
económica, es necesario utilizar las herramientas
que forman parte del mismo, como lo es el uso de la
tecnología, para fortalecer el conocimiento
y la capacidad de influencia en los ámbitos
que forman parte de este sistema. |