Globalización e infancia callejera

Por Gerardo Sauri

Mayo 2000

 

Para determinados sectores de la sociedad la globalización es vista como la oportunidad de ampliar su capacidad y domino en terrenos tanto económicos, como sociales, políticos y culturales; a través de la construcción de alianzas locales, nacionales e internacionales que los coloquen en mejores condiciones competitivas.

De esta forma, tales sectores se empeñan en construir instancias, leyes, tecnología, centros de poder e influencia, que les permitan incorporarse en condiciones de fuerza dentro de los circuitos internacionales comerciales, productivos y financieros del mundo.

Los niños de la calle son, como otros grupos sociales, parte de los excluidos de estos circuitos, pero además su existencia como tal se agrava y reproduce como parte de la lógica de la construcción de estos sistemas internacionales.

Los grandes promotores de la globalización económica (y no tanto de la social o la política) defienden la idea de que en la medida de que se fortalezcan estos sistemas de circulación internacional, los sectores más alejados de cada región y de cada país irán siendo incluidos dentro de los beneficios de este desarrollo.

Fenómenos sociales como los niños de la calle muestran parte de la contradicción de la anterior idea, entre otras cosas porque mientras hace unas décadas eran fenómenos prevalecientes en los países del sur, encontramos que en los últimos años aparecen tanto en países de Europa del Este, así como en los más desarrollados. Dicho en otras palabras no sólo se globalizan los sistemas económicos, sino también los problemas sociales que los caracterizan y dentro de ellos el principal es la exclusión.

Parte del problema de la globalización, al estilo que ocurre actualmente, es que transita desde estructuras basadas en el monopolio y la concentración de las riquezas y de los poderes, de ahí que no resulta extraño la creciente ampliación en la brecha entre ricos y pobres. La legitimación y consolidación de los monopolios en manos de unos cuantos grupos es una de las notas características de la globalización y es un aspecto que se refleja no solo en lo económico, sino en lo político y hasta lo cultural: son sólo unos cuantos grupos los que dominan la escena.

En países como México este aspecto se agudiza dada la cultura política que ha prevalecido en el país durante décadas y por las aparentes transiciones en los grupos del poder, que en ocasiones son más bien el reciclaje de los mismos grupos, ya que cambian de apariencia o de denominación, pero no dejan muchos espacios para que otros sujetos participen en los ámbitos de decisión de su competencia.

Las consecuencias de esta concentración de poder se notan hasta en las políticas públicas dirigidas hacia lo social, como es el caso de los niños de la calle. Predominan aquellas que buscan dar visibilidad a determinados funcionarios públicos en la obsesión de mantenerse en el poder, por ello recurren a formas tanto represivas (como el realizar operativos para recoger violentamente a los niños de las calles) como asistenciales (como crear “bodegas” de niños en centros en donde se encuentran mal atendidos y terminan siendo abusados por parte de custodios y compañeros). Antes pensábamos que solo los gobiernos priistas eran quienes recurrían a este tipo de medidas; en los últimos años hemos constatado que gobiernos de otras extracciones también recurren a las mismas, sobre todo en tiempos electorales cuando la población demanda seguridad y los niños de la calle son vistos como posibles grupos que ponen al ponen en riesgo.

Los gobiernos, en el afán de obtener los beneficios de estos sistemas internacionales, dejan de lado las necesidades de amplios sectores de la población y se limitan a la realización de acciones compensatorias que no ayudan a superar la dinámica de la exclusión.

Así, familias y comunidades enteras de donde se originan niños de la calle, han perdido tanto la posibilidad de conectarse a estos circuitos de poder internacional como la capacidad de participar e influir en las decisiones que les afectan de manera inmediata y cotidiana, se trata de una perdida fundamental: la perdida del poder.

El poder de educar, alimentar y promover las mejores condiciones para los miembros de la familia o de la comunidad, en especial de niñas y niños. El poder de comunicarse, de expresar sus ideas, de que estas sean escuchadas y se tomen en cuenta. El poder de actuar de manera individual o colectiva para hacer valer sus derechos.

Esta dinámica no es casual: a quienes ejercen el control de los sistemas financieros, productivos y comerciales, a nivel global poco les ha interesado el fortalecimiento de las capacidades de estos sectores para participar dentro de los sistemas, como no sea en tanto a su capacidad de consumo. Es lógico que se pone en peligro la estructura básica desde la que se montó el sistema: la injusta distribución de la riqueza y del poder.

Por otro lado, numerosas acciones que se realizan a favor de poblaciones como los niños de la calle tienden a colocarlos como beneficiarios, pero no como sujetos capaces de actuar y los vuelven a colocar en desventaja frente este sistema global.

Paralelamente el discurso ante la opinión pública, sobre todo desde los medios de comunicación masiva (que son parte de los grupos de poder), ha hecho que la prioridad dentro del desarrollo social no se centre en aspectos fundamentales como el acceso a empleos dignos, con salarios remunerados adecuadamente o a servicios de salud, educación o vivienda de calidad a los que puedan acceder las poblaciones excluidas. Por el contrario han convertido a las víctimas de este sistema en acusados.

Así, es común en el discurso de los medios de comunicación, que a los niños de la calle se les vea en su calidad de delincuentes potenciales que de víctimas de la pobreza y la marginación. Ello trae como consecuencia que la opinión pública demande su confinamiento o que se reduzca la edad a la que pueden ser castigados penalmente; pero no que se desarrollen políticas de atención adecuadas que, dentro de sus estrategias, reactiven la capacidad de familias y comunidades para criar y atender a su niñez.

Sin duda esta situación ofrece retos diversos para actuar desde diversos planos, pero se considera que dentro de éstos cobra especial relevancia la acción de la ciudadanía en la defensa y promoción de sus derechos que han sido supeditados por la globalización económica.

En el plano de lo social Ednica considera que es importante que las acciones que desarrollan las organizaciones ciudadanas ante problemáticas como la niñez de la calle, no sólo atiendan a los aspectos más visibles de ésta, sino que se orienten también a la restitución de uno de los elementos que han sido debilitados en familias y comunidades: su poder de actuar para resolver sus problemas, como es la posibilidad de promover el desarrollo de su niñez.

Cuando las acciones dirigidas a mejorar la calidad de vida de la niñez se limitan a darles de comer, o una lugar para vivir y no involucran a la familia, a la comunidad y a los propios niños y niñas, hacen el juego a los sistemas de exclusión que han debilitado la capacidad de esta población –aún sin proponérselo.

Pero, para ello, lejos de colocarnos como meros críticos de la forma en que ocurre el proceso de globalización económica, es necesario utilizar las herramientas que forman parte del mismo, como lo es el uso de la tecnología, para fortalecer el conocimiento y la capacidad de influencia en los ámbitos que forman parte de este sistema.

 

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