Legisladores aunque sea “de mentiritas”
Parlamento infantil: lo que hay y lo que falta


Por Gerardo Sauri

 

Ciudad de México, 31 de marzo de 2003. Cuenta Philippe Ariés en su libro El niño y la vida familiar en al antiguo régimen, que en Francia, durante la Edad Media, los niños ocupaban en la Iglesia el Día de los Santos Inocentes (antecedente seguro del “día del niño”) y uno de ellos era elegido Obispo por sus camaradas y presidía la ceremonia, que se terminaba con una procesión, una colecta y un banquete.

Esta anécdota nos permite ver que la idea de permitir a ciertos niños que en algún día de su vida jueguen a desempeñar el importante papel reservado sólo para determinados adultos, no es nada nueva.

Dado que era central el papel que desempeñaba la Iglesia en la Edad Media, pareciera que, al menos algo que se ha trasladado a la fecha actual para mantener estas experiencias, es el escenario: el papel más relevante dentro de la sociedad parecieran tomarlo ahora los diputados y gobernadores, por lo cual, incluso, es común encontrar en algunos Estados de la República Mexicana prácticas como la de “gobernador por un día”, todo ello casi siempre en el marco de la celebración del “día del niño”.

Este marco nos sirve para la reflexión sobre la inauguración del Primer “Parlamento de las Niñas y los Niños de México, 2003, que tiene lugar el 2, 3 y 4 de abril (en México abril es un mes que se suele dedicar a los niños pues el 30 tiene lugar su día) en el Palacio Legislativo de San Lázaro en la Ciudad de México.

El Parlamento ha sido creado a partir de un punto de acuerdo del Senado de la República que fue adoptado posteriormente por el Congreso de la Unión y que, desde el 2003, se celebrará en abril de cada año, buscando, de acuerdo a sus promotores, que el Poder Legislativo se convierta en un espacio de participación de los niños con el mundo de la política y con sus instituciones.

El Parlamento está integrado por 300 niñas y niños electos mediante voto directo y secreto de entre grupos de quinto año, de primarias de todo el país y luego dentro de las Juntas Distritales, a quienes se les ha dado la denominación de “legisladores infantiles”. En teoría, para llegar a este punto, niñas y niños tuvieron que haber vivido un proceso de presentar propuestas ante problemas específicos de su país y su comunidad, al igual que como lo hacen los adultos que compiten para los cargos legislativos (salvo, claro está, los que entran vía plurinominal).

Del medioevo a la era digital: ¿qué es distinto?

La estructura mediante la cual se ha creado el Parlamento Infantil permite sin duda una mayor inclusión de niñas y niños en este ejercicio cívico que lo que podríamos imaginar ocurría en la edad media (seguro se trataba de niños procedentes o cercanos a la realeza). No obstante, en una reunión convocada por la Comisión de Desarrollo Social del Senado en octubre pasado, ONG’s manifestaron su preocupación respecto de que aún quedan excluidos sectores importantes de población infantil: tanto todos los niños y niñas que no se encuentran cursando quinto año, como – sobre todo, aquellos que por su condición de vulnerabilidad ni siquiera se encuentran estudiando, situación que – se dijo, afectaría más a las zonas rurales e indígenas.

Otro aspecto diferente lo constituye, por supuesto, el hecho de que el Parlamento constituye – acordes a los tiempos - un ejercicio cívico y no religioso (como en el medioevo). El Parlamento es, así, un esfuerzo de educación cívica que se espera brinde a niños y niñas una perspectiva diferente sobre el ejercicio de la política y, por ende, aumente el sentido de ciudadanía. El Parlamento Infantil descansaría, de esta forma, en el reconocimiento a los derechos de la infancia, en particular al de participar.

A pesar de que éstas experiencias de educación cívica son dignas de apoyo, en una sociedad en la que este aspecto es aún limitado, prevalece una visión no tan lejana a la que fundamentó estas prácticas en siglos anteriores: la participación infantil vista como un ejercicio de formación para el futuro.

Se trata lo anterior del aspecto de mayor debilidad del Parlamento Infantil. Niñas y niños de todo el país se reunirán durante tres días y - si la invasión a Irak lo permite- seguramente algunos medios de comunicación harán notas al respecto, historias de vida de niños, frases que llamarán la atención, etc. Es probable que en el afán de cubrir la nota, algunos niños o niñas sean convertidos en “estrellitas pasajeras”.

No obstante el punto de acuerdo aprobado no presenta ni la más mínima obligación, de parte de diputados y senadores, de atender de alguna forma a los problemas y propuestas que expongan niños y niñas durante el tiempo que dure el Parlamento o al menos de responder el año siguiente a lo de ahí surgido.

Así, al igual que con las imágenes que vienen desde el medioevo, en donde niñas y niños asuman algunos roles de privilegio exclusivo de ciertos adultos, será un tema al que a algunos dará ternura y hasta cierta diversión al ver que son “capaces” de asumir con seriedad ese rol ficticio. Para niñas y niños participantes seguramente el asunto será visto como un ejercicio del cual lograrán muchos aprendizajes (como ocurre con casi todos los aspectos de su vida), pero para algunos quizá prevalecerá la duda si su voz tendrá un impacto concreto más allá de las imágenes en los medios.

En este sentido, la idea del Parlamento Infantil está fundada en la mitad del reconocimiento de los derechos de participación, es decir, expresarse y ser escuchados (habrá que ver hasta donde los legisladores se hacen presentes en los debates infantiles y no hacen lo que el Presidente Fox cuando abandonó la sala justo previo a que los niños dialogaran con adultos en la presentación del Estado Mundial de la Infancia el pasado mes de diciembre). Pero la iniciativa carece del reconocimiento de la otra parte: que la opinión de niñas y niños sea tomada en cuenta en los asuntos que les afectan y que, incluso, puedan actuar en forma conjunta para ello, dejando de ser meros observadores o en el mejor de los casos, proveedores de información.

La noción de ciudadanía sigue también fundada en una concepción en donde niñas y niños son meros beneficiarios de derechos, pero no cuentan con la capacidad de influir en la realidad que les rodea: aspecto que prevalece incluso en la cultura cívica adulta. Así, la palabra de niñas y niños parece merecer la pena en términos de su valor educativo para ellos mismos a futuro, pero no por el peso que puede tener para alimentar las decisiones actuales de los legisladores.

Para que niñas y niños ejercieran su capacidad de tomar decisiones y el derecho a ser tomados en serio, no sólo bastaría que los legisladores tuvieran la obligación de rendirles cuentas sobre los resultados de los debates, sino principalmente resultaría fundamental la construcción de estructuras que afecten la vida cotidiana de niñas y niños en el ámbito de las familias, la escuela o la comunidad: así no importaría si sólo unos cuantos pueden participar en el parlamento, ya que estarían dados los espacios apropiados para incluir a una mayor población desde los ámbitos locales a través, por ejemplo, de asambleas escolares o municipales.

A lo anterior se suma el hecho de que se toma como paradigma de valores democráticos una estructura adulta que pareciera ser vista como máxima aspiración ciudadana: ser legislador aunque sea “de mentiritas”. De ahí que en el proceso de integración del Parlamento se ha utilizado la formula adulta que es obsesiva de la representatividad y que cabe cuestionarse para el caso de las experiencias de participación infantil. Ya en los adultos es bastante lamentable ver su obsesión por hablar en nombre de los demás y de aprovechar el poder político que ello implica, que estar atentos y sensibles a lo que sus supuestos representados proponen y sienten.

Para Francesco Tonucci, un urbanista promotor de las Ciudades Amigas de los Niños en Italia, en la construcción de la democracia es mejor alejarse de los modelos adultos e incluso aconseja utilizar la fórmula del sorteo, considerando que una elección secreta en la escuela termina premiando a los mejores de la ésta, quiénes son justamente los que han asumido más rápidamente el modelo de los adultos.

Es por eso, que la idea del Parlamento Infantil tiene especial significado ante la carencia de espacios para que la infancia mexicana se haga oír, pero debemos tener presente que la iniciativa requiere ser fortalecida para que la voz de niñas y niños sea realmente tomada en cuenta y es urgente promover más estructuras en donde niñas y niños tengan la oportunidad de ejercer sus derechos de participación en la vida cotidiana, sobre todo desde formas no adultizadas que generen realmente nuevos paradigmas para la vida democrática del país.

 

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